jueves, 2 de febrero de 2017

Él calor insoportable y la lluvia con furia ☔ 😖 💧


Leo el post en fb de mi pequeña y bella primita Alithú Vásquez Pescorán, que inspira el título de lo que me trae a la memoria y paso a contarles.

Me hace recordar la época que fui un verano, más o menos por el año 1972, algo de 16 años tenía, llegue y justo ese día se desato la lluvia que no paro varios días, era tanta el agua que caía que los techos eran coladeras y teníamos que usar cuanto tarro que encontrásemos, pues las ollas, platos y bateas ya estaban en posiciones estratégicas como para evitar mojen las camas y los colchones queden hechos sopa. En ese entonces Pimentel tenía casa de barro y quincha y los techos eran armados de caña sobre madera durmiente.
Antiguo malecón de Pimental antes de ser balneario
No recuerdo bien pero ya era más de una semana no paraba el goteo constante y por noticieros de la tv en blanco y negro que solo transmitía a partir de las 7pm nos enterábamos de mayores peligros que traía esto que recién conocemos como fenómeno del niño. Mis tías me fastidiaban con bromas serias al estilo norte, diciéndome que era el culpable de haber traído las lluvias.
Puerto de Pimentel 1934 desde un avión de la Línea Panagra
En Pimentel llegaban las voces de que el canal del Taimi estaba a tope, el río Reque y Chancay ni que hablar y las esclusas de la represa de Tinajones soltaban tanta agua de desfogue que nada beneficiaba su control del desborde, se temía un rompimiento de sus muros de contención. Mis tías asustadas rezaban pálidas con el pánico del de desaparecer de Pimentel con la inundación.
Sobre el muelle o ex terminal en mi poste favorito para pescar mojarillas para el desayuno (1996)
Por otro lado, el mar de Pimentel estaba enfurecido, sus cargas de oleaje se retiraban suavemente hasta unas tres cuadras dentro y retornaban con fuerza chocando contra el muro del malecón rebasando y saltando sobre la pista hasta las fachadas cercanas, el mar topaba con el muelle desapareciéndo sus bases, asi y todo había gente pescando mojarrillas.
El agua se repartía a cada casa con el burrango en cilindros de latón
El agua potable desapareció, así que con la tía Dora, Amelia y Chepi Pescoran Panta cargando baldes, me dirigía al malecón junto con mi primo Papi Paz Pescoran, a cargarlos con agua de mar. Expertos nadadores que éramos bajábamos quedándonos en la escalinata como contrafuerte para esperar la retirada y capturar el preciado líquido por ahora. Eso lo hervían y filtraban para preparar la comida, de beberla era posible después de varios hervidos, pero algo psicológico nos hacia la lengua sentirla siempre muy salada.
El mar llegaba a unos metros del malecón normalmente, Actualmente esta retirado unos 300 mts.
El fenómeno no quedaba allí, en lapsos de reposo de las exprimideras de nubes, aparecían plagas que como foráneo de la capital encontraba entretenido capturar: Ranitas verdes fosforescente, unos alados bichos enormes más grandes que las libélulas, zancudos por millares y tipo Jurasic Park, arañas que te miraban con unos ojazos, y sobre los colchones húmedos por las inundaciones aparecían unas garrapatas negras de mal olor y si las reventaban era de lo peor.

Llovió todo febrero y todo marzo, casi no tuve verano playero, la casa de la tía Dora quedo integrada a un lago ya que justo la pendiente del balneario curva allí la ascendiente. El agua llegaba hasta la rodilla.

Antiguo malecón de Pimentel (1976)
Y ya habían comenzado las clases de colegio y no podía retornar a Lima, las carreteras estaban destruidas, mi tío Pepe me dijo: Te me vas por avión. Ese día paro de llover, y arranque con mi mochila a Lima por tierra, no permití ese gasto, sapo como soy quería ver todo de cerca al paso. Y lo que presencie en mis más de quince horas de viaje entre desvíos, bajones de nivel, saltos de trasbordo, y cruce de puentes improvisados llenos de depositarios de los ríos rebalsados era de lo más impresionante e inolvidable. Sin contar con la carretera panamericana rajada y horadada cual bombardeo.

Alithú Vásquez Pescorán, la musa que inspiró este post
Viví ese verano sorprendente para mí, pero lleno de pavor del poblador norteño, ahora me lo imagino cada vez que se desatan los temporales y entiendo mucho más del que solo lee o ve las noticias. 

Llegue a mi casa capitalina lleno de colecciones de bichos, ranas, piedras raras dejadas por el mar, un ancla que aun la tengo, piedras pomes, huacos pequeños que brotaron en semana santa entre el arenal, chaquiras del inca que afloraron en la zona encantada, en fin, parte de ello aun lo tengo, los bichos y plagas me las tiro mi madre por la ventana.

Cierro este post con una de nota con la primita:


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