martes, 23 de marzo de 2010

CARAL… pero… ¿Qué Caral…!

Entienden el título… si no saben de jerga chalaca, difícil, pues ni la Martha Hildebrandt sabe de chalaquismos… entonces lean la siguiente aventura que realizamos este tercer domingo de marzo, sin importar el año, Tito Cotos e IO.

Es un viajecito de esos que se denominan “Full Day” entre los refinados precios de las agencias de viajes, operadores de turismo o de algunos guías free lance. Como ya es nuestro estilo, primero preguntamos en todas las agencias habidas y por haber en Lima departamental ya sea vía fono o asistiendo a las oficinas. Los precios competían entre los noventicinco soles y los 110 dolárillos por persona, obviamente para el peatón de cuatro esquinas que no está acostumbrado a viajar y entender conceptos de agencias, es precio de ida y vuelta el mismo día.

Así que, después de tener estos valores económicos, nos enrumbamos a la habitual aventura de irnos por nuestra cuenta, es como aceptar el reto de lo que venga en el camino.

Partimos hacia Huacho, en un bus que lo tomamos en un terminal escondido al costado del parque universitario, en la avenida Abancay N°900; el pasaje costo nueve soles, partimos a las 7:30 am (en el boleto decía: partida 7:10 am), llegando a la ciudad de los santeros a las 10:15 am. En la plaza había una ceremonia en la cual se daba el otorgamiento de honores al merito al mejor escolar de la provincia, tome unas fotos por aquí y por allá y continuamos buscando el paradero de buses o autos que nos lleve a Caral, hasta que llegamos a la calle Saenz Peña 401 a una cuadra de la plaza de armas, allí nos cobraban cuarenticinco soles por persona a manera de taxi con espera para retorno, no había guiado ni esos sencillos taper de viajero para palear el gusano del estomago. Con este nuevo dato continuamos más al norte, o sea, más cerca al destino nuestro.

Hay que tomar en cuenta que Caral está más cerca a Supe, así que enrumbamos en una lancha (estation vagon toyota) hacia supe que nos cobro cuatro soles. Si hubiéramos tomado desde Lima un bus directo a Supe (se toman en Luna Pizarro 251) nos costaría el boleto doce nuevos soles.

Llegamos a Supe en media hora, entre las calles de Francisco Vidal y La Mar, encontramos los colectivos que por cinco soles van hasta el puente peatonal que da acceso a los terrenos sagrados de esta zona arqueológica. Ya allí usted decide si camina o monta a caballo (que cuesta también cinco nuevos soles de ida) hasta la boletería. Es de comprender que Tito y Yo no solo hacemos un recorrido horizontal, si no que siempre rompemos las rutinas naturales de paseo buscando trepar, escalar, subir una que otra elevación de terreno para lograr vistas panorámicas no conocidas.

Desde el transporte, o mejor dicho, desde el puente peatonal donde se inicia el recorrido a pie hacia la obligatoria boletería del Instituto Nacional de Cultura son algo de una media hora con descansos para tomar fotos y beberse por pocos agua que debe ingerirse por toneladas, (es mi recomendación mas acertada ante el inclemente desierto y el efecto horno microondas que proporciona el sol nuestro de cada día en estas épocas de Al Gore). No deje de treparse al “mirador” respirando profundo rítmicamente, para que vea las pirámides en su conjunto desde esta colina arenosa de fácil ascenso, que le proporcionara pensamientos profundos de los ¿Porqués?

Recuerden que estoy escribiendo con esa jerga fina del chalaco porteño casi en extinción, dentro los que nos encontramos estos humildes viajeros.

Luego de ver desde lo alto la dimensión y distribución de los espacios de esta tremenda civilización de nuestra paisana Ruth Shady, de lo pequeño que se ven los visitantes que la recorren, decidimos bajar y continuar la caminata hacia la boletería. Una vez aquí abonamos nuestro aporte dinerario a la arqueología por un simbólico boleto de entrada de once soles, luego tuvimos que esperar lleguen más visitantes para hacer grupo y dividirnos el bolo del guía que el Instituto Nacional de Cultura lo ha puesto de grado o fuerza pagar veinte soles. Ojo que si no llegaban más visitantes, los veinte soles los hubiéramos tenido que abonar entre Tito y Yo. Pero valió la pena el pago del guiado obligatorio, y es la primera vez que nos permitimos guiar, pues de todos los cientos de viajes que hemos hecho por todo el Perú, los guías escuchados nos metían cada cuentazo, que para lectores anticipados del lugar a visitar como nosotros, es difícil seguir con grupo alguno y siempre nos hemos apartado recorriendo solos todo.

Esta vez nos decidimos respetar las disposiciones del chaleco, (una especie de guardaparques) y luego de agrupados todos los desconocidos viajeros, hicimos un grupo de nueve turistas que dividimos con calculadora del celular los veinte soles para ver cuánto le tocaba a cada uno, así correspondió dar dos soles veinte a cada uno. Acto seguido le pasaron la voz a otro chaleco que se acerco desde unas bancas vecinas ataviado con camisa granate y gorro de “Indiana Jhones”.

“Estimados Señores, soy Alfredo Melgarejo, con ocho años de experiencia del lugar, estoy en el proyecto desde el año 2002, anterior a esto me dedicaba a la agricultura y soy de aquí, del poblado de Caral, algunas veces me invitan a representar en las festividades al señor de Caral…les voy a pedir durante esta hora y veinte que durara el recorrido, sigan las instrucciones muy atentamente por la sencilla razón de que el lugar está en investigación, es delicado, manténganse en el sendero si desean algunas fotos especiales por favor traten de no afectar las áreas monumentales, esta es una oportunidad de ver a una civilización que duro mil años en forma organizada sin guerras…”

Con esta intro, Alfredo nos cogió de las entrañas y nos cambio el ánimo a todos, nos metió Caral en las venas y pulmones, comenzamos a elevarnos con ese Prana que proporcionan los seres sensibles, pues este pago de veinte soles incomodo al principio a todos los que llegaban. La suerte nos puso al mejor guía frente a nuestras narices, teníamos nada menos que al “SEÑOR DE CARAL”.

Y nos sentimos trasladados a tiempos aquellos, éramos los súbditos rindiendo culto al conocimiento de épocas vividas, recorrimos palmo a palmo los senderos indicados, como disciplinados alumnos cincuentones, a veces uno que otro visitante se alejaba de Alfredo, pero imperturbable él seguía con su charla amena y rica en espíritu colectivo, éramos parte del poblado reviviendo ese mundo, mismo sermón de la montaña a cualquier distancia lo escuchábamos, dicho sea de paso, las condiciones del entorno son de tal acústica que es por demás esplendida, a pesar del ralo viento que de rato en rato se presenta cargado de arenisca y suave bullicio.

Heyyyy… Regresen, pisen tierra, ¿Qué esperaban?, que les cuente lo que ya se ha dicho a montones de Caral…, ¡¡¡¡Naaaa que ver!!!!

Ahora, entienden el título al inicio, ¿Sí?... bueno, pues, cámbienlo por este:

“EL SEÑOR DE CARAL”

Ya saben quién es, pues clónenlo y multiplíquenlo por todo el Perú que guías así nos urge. Esta lectura cumple con ese dicho de las abuelitas: “De lo bueno…poco”… bye.

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