Entre al restaurant, apurado hice el caro
pedido a la carta a pesar de ser un desempleado.
Demoraron como si revisaran la seguridad
del local para recibir a un presidente. Iban y venían desesperados.
Yo taconeaba con la izquierda, pasaba a la
derecha, mis piernas inquietas de desesperado por el tiempo.
Me acordaba de ese
momento lejano.
Finalmente llego el plato bendito, y al
rato en breve, un personaje no apto para locales de esta categoría, me pedía le
de las sobras.
Otra vez las correrías del personal del
local, pero esta vez se concentraron en mi mesa, jaloneando al pobre ser
hambriento, cuya única acción al distanciamiento, fue mirarme a los ojos de un
modo tan universal, que senti a un ser superior en su interior.
Grite a todo lo profundo: ¡ALToooO…! ¡ ALTOOOooo!.
Suspire.
Y lo senté a mi lado llenándome de un gozo
extraño.
Ahora me sentía parte del cosmos.
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