Acumulador compulsivo de conocimiento innecesario, me
gusta escribir algo como los gurúes de comunidad sin serlo, pero solo para archivo personal
y lo guardo aquí o en algún blog para no almacenarlo en mi terabyte de archivos
descartables, por ello trato de hacerlo perfecto; me lean o no es cosa de uds
así como lo que libremente deseen incendiar.
Por ello no soy escritor, talvez algo poeta como todo
desocupado, compositor místico renegado de los credos establecidos, melómano
universal, guitarrista, armónica, teclado, violín escolarizado, un polímata que
vive con un pie en la realidad y el otro en su imaginería eidética, por ello
fotógrafo y videasta misio entre otros mates de yerbas (como un excelente combo
de canela, culén, muña, anís, cedrón, manzanilla, menta, toronjil, uña de gato,
cola de caballo, y chuchuhuasi, todo en mi taza de litro especial para alguna
bebida espirituosa), odio el azúcar; en fin, ando solo por ahí en alguna cumbre
andina muy cómodo y mejor que con una burrada capitalina.
Nunca uso entorpecedores videojuegos, me gusta todo lo
relacionado a las artes, la cultura, viajes, mundos alejados de la ciencia, así
como la mecánica de todo lo malogrado solo por autopsia, la historia y la
computación básica, muy básica sin causarme estrés. Y de cajón las lecturas de libros
antiguos me son completamente adictivos a diferencia de leer en la sexi deshidratante
pantalla de mi equipo.
Hago esta larga intro como para encajarme la pregunta
del cuarto milenio:
¿Cómo
proteger la mayor recaudación de información de la humanidad a su desaparición?
Y no le pase, como le paso a la gran Biblioteca de Alejandría.
La historia humana está llena de magnificencia y
miserias por partes iguales. En la continuidad del desarrollo de las
civilizaciones, se dieron algunos pasos hacia adelante, y luego dos marcha
atrás con pie izquierdo. Ya sean por motivos religiosos, políticos, o por una
degradación de ideas que antiguamente funcionaban, y en un momento determinado
no que continuó siendo aplicables.
El caso de los griegos, y luego los romanos, es
paradigmático en todos los sentidos. Pero, más allá de eso, un lugar en
particular ha recibido atención especial, en comparación a nuestro momento
histórico. Se trata, como no podía ser de otra forma, de los paralelismos
entre La Real Biblioteca de Alejandría, y nuestro Internet. Aun así, podríamos
atrevernos a incluir en la comparación, a muchos medios de almacenamiento que
ya son parte cotidiana en nuestras vidas como los discos ópticos, duros
externos, servidores etc.
La antigua biblioteca era un templo del
conocimiento griego, emplazado en la muy alegórica ciudad que Alejandro
Magno fundara en base a un sueño que tuvo pasando por el lugar totalmente vacío.
Creada para mantener el legado helénico y clásico, pronto se convertiría en la
referencia obligada de sabios, filósofos y genios. Su tarea no era meramente
acumuladora, si bien encajaba dentro de la idea, sino que terminaría por sentar
una escuela de pensamiento propia.
Para su creación, en tiempos de Ptolomeo I, contaba
con la impresionante cantidad de 200.000 volúmenes. En una época en la que cada
libro era escrito a mano sobre cueros, papiros, telares y otros, por gente
específicamente dedicada a eso, llamados copistas, es fácil entender que se
trataba de un número simplemente descomunal y de pieza única. Hoy cada
personaje que se le ocurra imprimir algo, se puede dar la gonorrea de mandarse
miles de tiraje, y con deforestación galopante.
Es sencillo además, pensar en la clase de conocimiento
que allí puede llegar a haber habitado, sobre todo pensando en la relación
entre Ptolomeo y las campañas de Alejandro. Probablemente, aunque nunca
tendremos certezas, se guardaba allí el mayor registro de la historia
antigua, tanto helénica, como mesopotámica, egipcia, y quizás hasta de la
índica.
Pero toda la inteligencia y sabiduría humana allí
contenida, no se limitaba a una tarea de recopilación. Por sus pasillos, entre
las columnas de estilo griego y manufactura egipcia, caminaron algunas de las
mentes más dotadas y entrenadas de toda la historia. Sin embargo, ninguno de
ellos pudo detener el curso del engranaje histórico, de la necedad humana, y la violencia. Del miedo, el odio y sobre todo, la
ignorancia, fertilizante de todas las demás.
Perdido
en el Tiempo
La biblioteca para frustraciones presentes, fue
destruida incontables veces. Desde Julio César, que ordenó atacar a la flota
egipcia con flechas flamígeras, agarrando el fuego desde las naves a buena
cantidad de libros, hasta motines de odio cristianos, judíos,
musulmanes; no hubo discriminación étnica o religiosa a la hora de
asaltarla y saquearla. La mayoría de las veces, no para robar sus conocimientos
de mecánica, autómatas, o filosofía. Simplemente para romper, destruir y no
dejar huella del pasado.
Ni siquiera la madre naturaleza fue benigna con el
conocimiento allí cuidado: Terremotos y posteriores inundaciones atacaron
Alejandría sucesivamente con el correr de los siglos.
A pesar de todo eso, aún con todos los vientos
políticos, sociales y religiosos en contra, la gran biblioteca y el museo
seguían levantándose una vez más, y reponiendo la cantidad de tomos manuscritos
con los que contaba por lo que hoy se llama “Política de Estado”.
De Sófocles, que escribiera más de 100 obras, sólo nos
quedan menos de una docena. De la mano de Sófocles salió por ejemplo Edipo
Rey, ése mito exquisito que terminaría inspirando a Freud más de 2400
años después. Tomémonos un minuto para pensar en la calidad o importancia de
todas esas otras obras que nunca llegaron a nosotros. Para entender la
relevancia potencial de lo que se perdió. ¿Cuántos miles de “Ilíadas y
Odiseas” habrán quedado por el camino, relamidas por el fuego de la ignorancia,
o enterradas por algún terremoto? Lo más probable es que nunca lo sepamos.
Quizás esto no parezca demasiado importante, pero para
poner de relieve el orden de las cosas, sólo un dato: De Protágoras, Demócrito
y Heráclito, tres de los filósofos más importantes de toda Grecia, no nos queda
ni un solo libro o referencia propia. Solamente cosas que sus discípulos o
estudiosos han dicho sobre ellos, así como fragmentos citados, con lo cual
podemos imaginar la cantidad de “teléfono descompuesto” que puede haber sobre
sus enseñanzas.
Memoria
de corto plazo
A pesar de que podemos pensar, que las épocas de
intolerancia religiosa extrema, de cataclismos naturales devastadores, o de
dependencia física para la posteridad ya hayan quedado atrás. Esto podría
confiarnos a un poderoso autoengaño, muy parecido al que tuvieron algunos de
los genios que residieron en Alejandría. De hecho, gran parte de nuestros
conocimientos hoy en día, dependen y se sustentan de medios que realmente no
son para nada fiables. En caso de un gran cataclismo a nivel mundial, nuestro
sistema eléctrico de guardado informático, es por definición misma, muy poco
confiable, si no recordemos las alarmas globales cada vez que el sol de tira un
pedo y todas las ondas electromagnéticas del planeta se ponen en alerta roja,
solo por no mencionar algún loco informático que anda jugando al creador y se
le ocurre jalar el wáter con su infeccioso virus o un criadero de malware con
pedigree.
Pensemos por un momento en los pergaminos del mar
muerto, guardados allí por 2000 años. O en los hallazgos arqueológicos egipcios
de hace… ¡7000 años!, que están siendo digitalizados y luego consideremos
que un disco rígido actual no aguanta más de 100 años con su información
almacenada por hora de trabajo.
No hace falta volverse conspiranoico o apocalíptico,
tampoco, para comprender que esa fragilidad puede volverse en contra muy
fácilmente.
Ya no estamos hablando del inexorable paso del tiempo,
que convierte a reyes en polvo, ni siquiera de cambios en el magnetismo
terráqueo que podrían destrozar los registros magnético, sino de la fuerza
más destructiva que conocemos: la del mismo humano.
Puede parecer una locura plantearlo así, pero mientras
estas ideas recorrían por mi cabeza, con respecto a la futilidad de nuestro
Internet y nuestros medios de almacenamiento, la historia se seguía
escribiendo. Cada mes aparecen nuevas aplicaciones, nuevos servidores
gratuitos, nuevos software libre o no y todo abocado a colgar ahora en la nube.
Por ejemplo existio un The Pirate Bay que se
fue al tacho sin reciclaje, con un poco más de fuerza que de costumbre. Por
algún motivo, el ímpetu y la rebeldía que siempre la hacían volver, ésta vez ya
fue. Y poco puedo hacer yo, para no terminar relacionando una cosa con la otra.
No hace falta algún desastre que casi extermine a la raza humana de la Tierra
para plantearnos la desaparición de cientos de miles de Gigas de información (o
al menos la forma de llegar a ellos). Sobre todo los tuyos.
Alcanza con que, como le sucedió a la Biblioteca de
Alejandría, a un gobierno, credo o filosofía, no le guste lo que allí está
guardado, la forma de ejercerlo o compartirlo. Que vaya contra los intereses de
unos pocos en puestos de poder o de primacía económica. Solamente eso basta,
para que toda una biblioteca del conocimiento, se vuelva incómoda, ilegal, y
susceptible a su destrucción. Como la censurada judicialmente NSA (1)
perseguidora de la información de usuarios de Google, Facebook en fin.
A fuego lento
Uno de los personajes históricos a cargo del destino
de la gran biblioteca, dijo que si ésta contenía algo que fuera en contra de su
religión, debía ser destruida. Y si, por el contrario, repetía lo mismo o
agregaba más conocimiento que su libro sagrado, también debía ser destruida por
ser redundante. La orden fue quemarla completamente, y un cronista afirma
que los papiros sirvieron como combustible para los baños públicos durante
más de seis meses.
Ni siquiera la gran cantidad de genios que poblaron
sus salones pudieron protegerla de la ignorancia que vivía fuera de esas
paredes. Allí, descansaban las enseñanzas de Arquímedes, Sócrates, los
descubrimientos científicos que tardarían milenios en redescubrirse, como el
diámetro de la circunferencia de la Tierra de Eratóstenes (equivocado por
0,16%, nada mal para un tipo que se valió de un compás, un reloj de Sol y su
cerebro), o las primeras máquinas de vapor funcionales.
Carl Sagan versó en su momento sobre ello, llegando a
la triste conclusión de que ninguna de las mentes que vivían en la Biblioteca,
jamás estuvieron en algún cargo político o religioso de importancia. Y que peor
aún, nunca supieron inculcar ese conocimiento al resto de la sociedad
mayormente analfabeta. En sus insuperables palabras: “Los nuevos hallazgos no
eran explicados o popularizados, el progreso realizado aquí les beneficiaba
poco, la ciencia no formaba parte de sus vidas, no había compensación para el
estancamiento, el pesimismo ni la más abyecta entrega al misticismo, así
que cuando el populacho vino a quemar esta biblioteca nadie pudo detenerlo”.
Confiarnos creyendo en la infalibilidad, la
descentralización o cualquier otra ventaja de la web, o de los medios
magnéticos de almacenamiento, puede ser nuestro mayor talón de Aquiles como
sociedad que quiere legar sus conocimientos a la próxima generación. Tal vez
esa sea la universal razón de los grabados en las cuevas de Altamira, Megalíticos
monumentos con simbología tal vez binaria como los de Marcahuasi, Simbología
arcana como las Líneas de Nazca, los Moabi de Pascua, en fin, etc. etc.
Como hemos visto, siempre se puede volver atrás en el
desarrollo de las ideas. Y aún a pesar de todos los avances, sólo estamos
a una orden del FBI de que se pierda cualquier tipo de información, de
manera unilateral y sin derecho a réplica. Sino pregúntenle a Megaupload y
otros tantos servidores.
Una
Reflexión
Para mi cumpleaños, me preguntaba, ¿Cuánto cuidan
Internet?, en que momento entenderían que es la Hidra de Lerna, que es
inmortal, que no lo pueden voltear a su antojo.
Hoy, me pregunto a mí mismo si eso es lo que se
preguntaban los griegos, alejandrinos, genios, filósofos y científicos de la
Biblioteca de Alejandría. “¿Qué no entienden que hace más de 700 años que la
venimos protegiendo, siempre la queman y la volvemos a armar?“. La sola idea de
pensar en la cantidad de libros online que nunca verán una edición impresa, por
si las moscas no más, me hiela un poco la sangre, de la misma forma que me
entristece saber que nunca leeré un libro de Protágoras, perdidos todos ellos
en la historia como tantos de Sófocles.
Sea por mano humana o cataclismo improbable, nuestros
medios de sustentación del conocimiento son muy débiles si sólo dependen de
Internet, de la electricidad, o del designio de algún tribunal manejado por algún
gobierno. Porque nos guste o no, quizás, nunca aprendan de Internet. Quizás no
les interese aprender, como al califa Omar que mandó a quemar la biblioteca por
redundante. O los cristianos que asesinaron a la genio matemática y filósofa
Hipatia de Alejandría. Siempre hay gente así, porque siempre vamos a contar
entre los millones de habitantes de este planeta, de primitivos y fanáticos.
Será nuestro deber entonces, no ser así, y defender
las puertas de nuestras bibliotecas, físicas o digitales, el día que vengan a
golpear en ellas. Porque, ¿quién sabe que genial referencia para el futuro, se
esconda en ellas? Ustedes, queridos lectores, ¿de qué lado de la puerta
estarán cuando suceda?
NOTAS:
(1) El 5 de
junio del 2013, The Guardian publicaba un artículo sobre cómo la NSA
recolecta millones de archivos de llamadas de los usuarios de Verizon en
Estados Unidos, de manera masiva e indiscriminada, estés o no identificado como
sospechoso de alguna actividad ilícita.
Más tarde
nos enteraríamos que aquel no era el programa más temible en el catálogo de
esta agencia, que el poder de vigilancia que ejerce sobre el mundo entero es
prácticamente desmesurado (por no decir ilimitado), y que la persona
detrás de brindar esa información al periodista Glenn Greenwald era Edward
Snowden, quien se encargó de mostrarle al mundo de qué es capaz, no solo el
gobierno de Estados Unidos a través de su agencia nacional de inteligencia
(NSA), sino también su gran aliado, Reino Unido (con GCHQ).
Gracias a
Snowden es que hoy tenemos uno de los debates más importantes sobre privacidad
en todo el mundo, sobre cuál es el límite de los gobiernos en cuanto a las
actividades privadas de los ciudadanos, y sobre derechos humanos en general.
Tomó dos
años para que finalmente suceda algo histórico luego de las revelaciones. El
jueves 7 de mayo 2105, la U.S. Court of Appeals for the Second Circuit (el
tribunal de apelación correspondiente a la zona de New York, Connecticut y
Vermont) declaró unánimemente que el programa de recolección de datos de
llamadas llevado a cabo por la NSA es completamente ilegal, ya que va más allá
de lo que el Congreso permitió cuando aprobó la Sección 215 del Patriot
Act. Si desde hace dos años venimos llamando a la NSA lisa y llanamente
criminales, ahora este fallo lo legitima.
Biblioteca de Alejandría Digital
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