martes, 14 de febrero de 2012

“X” años sin rieles

Recuerdo que mi viaje en tren en el Renfe entre Madrid y Granada por los años 1998, en sus cabinas Talgo con camarotes de primera, azafatas y una mullida atención invernal, me dejaron un recuerdo entremezclado con mis primeras aventuras en el tren macho Lima-Huancayo que gracias a la ventaja de tener a mi tío Gene Marttini como parte del directorio de la desaparecida estación de Desamparados, goce de varios viajes con mis compañeros del colegio Dos de Mayo en cada vacaciones escolares, sean estos los de Semana Santa, Fiestas Patrias o de fin de año, siempre jalaba a toda la mancha al largo paseo.
Cada vez que estoy en casa, estos recuerdos sellados en mi matriz celular, ahora heredados en mi segundo hijo, durante sus diez años de vida que ya lleva, me tiene loco con su obsesión por ver el tren que se escucha desde lejos a través de la ventana de la casa de mis padres en Santa Marina Norte, cada vez que pasa por detrás de Corongo camino al terminal marítimo a dejar los minerales que trae de la Oroya. Ese bendito tren jamás visible me traía  mas gracias a Jossué, mi hijo, todos los frescos recuerdos de mi niñez y juventud trepado de los vagones, de sus balcones o el saltar de un vagón a otro al estilo lejano oeste mientras estaba en marcha. Muchos de los viajes los hacíamos gran parte del camino sobre el techo admirando el verde valle de Santa Eulalia, Santa Rosa de Quives o hechados boca abajo para que el techo del túnel no nos aplaste…luego el hielo de Ticlio nos hacía bajar apurados.
Ahora, me tiene también re-cocoloco cada vez que vamos a la Minka de compras, de repente suena la sirena del tren acercándose, vuela…y tengo que correr tras él con carreta de compras llena, como si a mí me gustara hacer tal papelón, cuando bien lo hago por su loca carrera que no mide el peligro, tengo que asegurarme su buen destino, mientras ve el larguísimo tren pasar timbrando el alerta a su paso y silbando agradablemente su chimenea eléctrica que detiene todo el tráfico.
Para resumir, ayer le dije en la noche del domingo:
Mañana salgo temprano, me acompañaras así que acuéstate temprano? No le dije más.
Hoy lunes, ya como parte de ese feriado largo y artificial, que creó el gobierno como preámbulo a una supuesta fiesta de captura al camarada Artemio o a la repartija de los cinco millones que no se cómo se disolverán, me levante tarde al plan que tenía. Corrían ya las nueve y veinte, le pase la voz al dormilón de  Jossué: “Ya me voy”… acto instantáneo, salto de la cama. Tomamos rápido desayuno y enrumbe con él hacia el tren eléctrico que nos dejo el loco Alan García. En todo el camino me preguntaba: A donde vamos?... Por ahi...!
La cosa es que llegamos y bueno allí les  pongo las imágenes que tome en nuestro recorrido, no es un tren de aventuras, es formal, muy formal, solo falta que se exija usar saco, corbata y las chicas prendas ejecutivas para abordarlo, en todo el camino una voz y un chirrido del parlante nos ensordece con una lista de instrucciones que para mí son aprendidas de la escuela de mi abuelita, pero para la generación actual es de obligada lección a la cual son autistas. Aun están sus instalaciones bien cuidadas, hasta que surja el primer vándalo con algún grafiti o destrozo, a lo cual recomiendo y espero eso lo resuelvan de inmediato, si no perderemos todo, no solo el movimiento del tren.
La vos dice: “Cedan los asientos a quien lo necesite”, “Está prohibido consumir alimentos”, “Espere que se detenga para descender”, “Primero baje y luego deje subir al cliente” (ojo: no dicen “Pasajero”), “Mientras no hay tren, espere detrás de la línea amarilla”, “Cojan de la mano al niño mientras espera”… etc, toda una lista larga que para una persona con buena educación en casa no es necesaria. Pero esto es la señal del mundo sordo-ciego-mudo-intactil-olórico en que vivimos. Pues había unos olores muy concentrados por la falta de aire acondicionado, las ventanitas que poseen son una trampa en todo orden.
En fin, de todos modos, si bien para mí la experiencia no se igualo en nada a la de viajar en el tren Renfe europeo o del Transandino que va del Callao-Lima a Huancayo o del que va del Cuzco a Machu Picchu y por último del que cruza toda la planicie altiplánica entre Cuzco y Puno.
Pero, mi hijo Jossué, tenía una sonrisa en toda la cara, que su gozo me sumo una nueva sensación a la suma de mis recuerdos de esa célula que almacena lo que hereda la familia a través de los tiempos. Fui feliz con él, más cuando nos encontramos con su amada reportera Andreita Llosa en la extrema estación de Villa El Salvador, para mayor sorpresa de fin de semana largo.

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